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jueves, 7 de noviembre de 2013

Por una antropologia progresista.. (1ª parte)

Este lunes pasado pude leer en el diario El pais este articulo de opinion interesantisimo  escrito por el doctor en sociologia Jose L. Alvarez (Univ. de Harvard) y Angel pascual dir. de Global Risks...y crei adecuado traerlo a esta tierra nuestra..

El pensamiento progresista corre, en tiempos de crisis y estancamiento económicos prolongados, el riesgo de limitarse a objetivos y tácticas de resistencia, como la oposición a la necesaria modernización del Estado del bienestar, sin atender a transformaciones materiales, sociales y económicas, como las nuevas formas de trabajo y creación de riqueza habilitadas por las nuevas tecnologías, que deberían constituir oportunidades de generación de una actualizada cosmovisión. Sin esta renovación la izquierda corre el riesgo de confirmarse como opción electoralmente menor, conservadora de un status quo desarbolado por la globalización y abocada a la irrelevancia.

El centro de toda ideología progresista es siempre una antropología que responda a tres preguntas. Primera, ¿las mujeres y los hombres se han de conformar con lo que son o pueden, incluso deben, aspirar a realizar todo su potencial? Segunda, ¿qué significa el trabajo en un proyecto vital contemporáneo?, cuestión clave porque la izquierda, materialista, asume que los hombres y mujeres se realizan a través del trabajo. Tercera, ya que el trabajo es un hecho social, ¿cuánto del valor generado por ese trabajo se ha de compartir?, ¿cómo?; es decir, ¿cuál es mi relación con los otros?.
El ultimo aggiornamento antropológico de la izquierda va ya para medio siglo: 1968. Fue antiautoritario, enfocado a la liberación de los comportamientos privados. La hábil reacción conservadora de Thatcher y Reagan lo asumió dialécticamente y avanzó por el flanco siempre débil del progresismo: la tensión individuo-Estado en la economía. Al embate conservador sólo supieron responder los dos últimos chicos listos de la izquierda: Bill Clinton y Blair. Políticos competentes, cooptaron parte del mensaje conservador, ganaron elecciones y, por ello, pudieron preservar o intensificar las políticas sociales en sus países. Su fracaso último en la reforma del Estado ha hecho que la izquierda se limite, desesperanzada, a la defensa del empleo y titularidad de los servicios públicos.

El ultimo aggiornamento antropológico de la izquierda va ya para medio siglo: 1968. Fue antiautoritario, enfocado a la liberación de los comportamientos privados. La hábil reacción conservadora de Thatcher y Reagan lo asumió dialécticamente y avanzó por el flanco siempre débil del progresismo: la tensión individuo-Estado en la economía. Al embate conservador sólo supieron responder los dos últimos chicos listos de la izquierda: Bill Clinton y Blair. Políticos competentes, cooptaron parte del mensaje conservador, ganaron elecciones y, por ello, pudieron preservar o intensificar las políticas sociales en sus países. Su fracaso último en la reforma del Estado ha hecho que la izquierda se limite, desesperanzada, a la defensa del empleo y titularidad de los servicios públicos.



Las respuestas a esta terna de preguntas antropológicas vienen contenidas en tres basculaciones ideológicas que suponen un giro copernicano para la izquierda.
El primer desplazamiento es de la protección de los derechos de los trabajadores a la capacitación como instrumento para la emancipación. En un mundo global —sin refugios ya a la competencia laboral— sólo el individuo capacitado para adaptarse a las exigencias de la competitividad podrá ser dueño de su propio destino, menos alienado y dependiente de otros o del Estado; es decir, ser más. Para ello debe poder desarrollar talentos que le permitan el acceso continuo a las nuevas formas de producción. La diferencia entre una derecha moderna y la izquierda es que aunque la primera puede aceptar la igualdad de oportunidades de salida, la segunda permite redimir errores de elección de futuro, facilitando la reentrada, en cualquier momento, en la educación y en la fuerza de trabajo. El objetivo último progresista no debe ser por tanto la protección social, un objetivo intermedio, ni la igualdad de llegada —¿por qué, si el esfuerzo no ha sido igual?— sino la emancipación: dar a todos la oportunidad de soñar, elegir su vida y realizar su potencial (en un artículo en estas páginas J. M. Maravall ofrecía una opinión distinta).
La segunda es la transición desde una imaginería todavía focalizada al obrerismo o al empleado administrativo, a una que incluya a innovadores, creadores y emprendedores, figuras centrales del nuevo paradigma productivo basado en la innovación y las nuevas tecnologías, y que posibilitan no sólo la creación de más valor añadido sino también una más completa realización personal en el trabajo. La innovación y la labor creativa no sólo crean más riqueza sino también mejor trabajo.
La tercera basculación tiene que ver con la solidaridad y con las dificultades de encontrar bases para la misma en lo local, incluido lo nacional, y contar con agentes eficaces para su ejercicio. La tradicional filiación identitaria basada en un territorio y una comunidad cultural homogénea está desapareciendo —y cuando resiste es nacionalismo reaccionario—. Internet virtualiza el espacio y la inmigración hace heterogéneas las comunidades tradicionales. A su vez, el Estado está cada vez menos capacitado para vehiculizar la solidaridad, tanto por limitaciones fiscales —las clases medias rechazan sufragar servicios públicos que cada vez usan menos— como por pérdida de legitimidad derivada de su incapacidad de actuar en una economía global.
Tres estrategias políticas, correspondientes a cada una de las basculaciones, deben ser el primer paso a la renovación fundamental del proyecto progresista.

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