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domingo, 15 de abril de 2012

Relaciones rotas (¿fracaso o aprendizaje?)

Es frecuente escuchar a diferentes personas hablar de sus relaciones fallidas como un fracaso personal. Parece que el hecho de que no se mantengan en el tiempo hace pensar  que tenemos algún tipo de disfunción emocional que nos impide mantener una relación para toda la vida

Pero esto parece demasiado global, y a mi me gustaría matizar algunos detalles. Recientemente, alguien que pertenece al grupo de los que se mantienen siempre juntos, me comentaba que a pesar de los problemas y los choques, el afecto perdura por encima de todo simplemente porque has encontrado a la persona adecuada (¿sólo puede haber una persona adecuada en la vida?)
Vale, de acuerdo, eso tiene mucho valor, pero lo contrario no tiene que ser precisamente un fracaso. Puede que lo sea cuando se entra y sale continuamente en relaciones poco gratificantes, que se repiten como gotas de agua, que en vez de aportarte alegría te producen pena, que te dejan el alma seca y la ilusión hecha trizas
Pero cuando se tienen relaciones enriquecedoras, de buena convivencia…que en un momento dado se acaban…y tras el dolor inicial porque los cambios asustan un poco y siempre da pena de que algo bueno se acabe (incluso un atractivo viaje o una comida especial); si la vida sigue con buenas perspectivas, la persona madura  puede estar preparada tanto para una nueva relación, como para la convivencia consigo misma que también puede ser muy gratificante
Yo no creo que en ese caso eso sea precisamente un fracaso. El amor también se desgasta. Y lo más frustrante del mundo es agarrarte a algo que no funciona, por temor a la soledad, porque piensas que volver a empezar es muy difícil…el auténtico fracaso está en no quererse lo bastante como para desear una vida mejor…sea en soledad o en compañía
Incluso creo que ese camino que hay que intentar disfrutar, se convierte en un aprendizaje, a veces doloroso sí, pero lleno de promesas. Aprender para seguir viviendo, amando. Para valorarse a uno mismo y no resignarse a lo que se pueda salvar

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