Yamila le encontró una noche en que las estrellas preñadas de fuegos
artificiales, le mostraron su rostro fijo y expectante
¡Había vuelto! o tal vez siempre había estado allí. Le había reprochado
tanto su alud de palabras, que ahora no podía quejarse de su silencio. Los
dioses les habían robado la presencia, pero en la ausencia, la fuerza que los
unió, dejaba el aire plagado de efluvios de amor y jazmines
Pero eso no era suficiente. Esperar los opuestos es peligroso. O un
amor, por encima de ellos mismos, de sus errores, o un limbo eterno, silencioso,
con un vacío viscoso y opresor
Pues sí, así sería, o la entrega total en libertad, o el frío de la
eternidad sin su presencia
Pero los ojos de él, fijos y expectantes…decían mucho
Yamila gimió, ¿le creyó o quería creerle? Su soledad era su consuelo, pero
esa visión del amor creó en su interior un desierto de hielo que le iba
inmovilizando
Cerró los ojos para que el dolor no expulsara por ellos puñales
asesinos…a él no…cuando los abrió, las estrellas se había apagado como si las
hubieran cubierto con papel celofán azabache
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