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martes, 16 de septiembre de 2014

LEÓN FELIPE ( y III )



Esto lo escribió León Felipe en 1938. En aquella época andaba el poeta entre La Habana y México, y entonces todavía mucha gente creía en la manzana roja. No habían visto el gusano de que hablaba León Felipe. O no querían verlo. ¡Habían puesto tantas esperanzas y tanta ilusión en esa manzana roja! Se había puesto tanto esfuerzo y tanto sacrificio para que pudiera nacer... ¡La manzana roja no podía tener gusanos!
Cuando, por fin, el gusano de la manzana roja se hizo evidente cundió el desaliento. Se perdieron las esperanzas de encontrar una manzana limpia en nuestros huertos y cada uno salió a buscarse la vida como pudo.
Verdad es que no todos. Incluso en medio de la debacle, algunos proclaman que una manzana sana es posible. Pero no aparece por ninguna parte, y la mayoría ha renunciado a seguir buscando, a lo más que se aspira es a quedarse en la manzana de los dos gusanos. La mecedora de que hablaba León Felipe se ha popularizado mucho. En cualquier lugar, en los periódicos, en la televisión, en la calle, en la universidad, incluso en los grandes sindicatos, la gente se balancea tan ricamente en sus mecedoras entre lo que llaman derecha y lo que llaman izquierda. Y están tan contentos con esa libertad.
Lo que pasa es que León Felipe vivía esa situación de una forma muy dramática. No podemos negar que por cualquier ventana a la que nos asomemos, más allá del rítmico balanceo, no aparece más que el muro negro y espeso: el poder sin rostro y sin alma que impera en el universo neoliberal. Pero ¿no tenemos más alternativa que ir a estrellarnos los sesos contra ese muro? Algunos lo hacen. El muro no se conmueve y el espectáculo de los sesos estrellados no es muy atractivo.
Creo que a mucha gente no nos gusta este mundo limitado por el muro negro y espeso. Incluso pensamos que más allá del muro tiene que haber otros mundos mucho más apetecibles que este en el que estamos encerrados. Pero aquí seguimos. Debemos reconocer que levantarnos de la mecedora e ir a estrellarnos los sesos contra el muro, nos apetece muy poco. Al fin y al cabo, el mundo estará muy mal, pero nosotros vivimos bastante bien.
¿Qué hacemos, entonces? ¿No podríamos emplear el cerebro de una manera más útil que estrellándolo contra el muro? ¿No podríamos pensar a ver cómo logramos superar el muro, cómo encontrar otra manzana sin gusano o, por lo menos, con un gusano más chiquitín o más comestible?
Es verdad que pensar, se piensa bastante, pero el objetivo normalmente no pasa de discurrir a ver cómo nos balanceamos un poquito más hacia la izquierda, y a ver si conseguimos aguantar ahí quietos un ratito. Pero a este lado del muro, en este mundo en el que vivimos tienen ventaja los que empujan hacia la derecha, juegan en su campo, y poquito a poco, perdemos hasta la manzana blanca, y nos acercamos a la manzana verde, que está podrida de gusanos. O sea, a la estructura social del siglo XIX con sus míseras masas (que ya no son ni siquiera de trabajadores, porque el capitalismo ha conseguido transformar el trabajo más perro en un lujo inalcanzable para muchos) pero, eso sí, con ordenadores, transgénicos y bombas inteligentes. ¡Una delicia! Y para que esas míseras masas no perturben nuestra pesada digestión, otro muro es la mejor solución. Un muro bien concreto, de cemento, alambradas y patrulleras. Un poco caro, pero nuestro estómago se lo merece.
También hay gente que todavía intenta reivindicar la manzana roja. Afirman que lo del gusano fue un error, que con más insecticida se hubiera evitado. Sin embargo parece que esa manzana acoge demasiado fácilmente los gérmenes del gusano, y funcionar a base de insecticida contamina mucho. Además esa manzana roja tiene muy mala imagen, sería una tarea sobrehumana volver a introducirla en el mercado. Además, en esto León Felipe tenía toda la razón: si hay una manzana sin gusano, no está detrás, sino delante.

artículo escrito por Antonio Zugasti, en Attac Madrid mayo 2007



                                                                        Max Aub y León Felipe

Los cubanos no podemos olvidar la hermosa carta que Ernesto Che Guevara dirigiera al autor de El ciervo, confesándole que era ese uno de los pocos libros que tenía en la cabecera de su cama.

El Che había conocido al poeta en sus años mexicanos. En la carta, le cuenta que lo había citado para contradecir el pesimismo del poeta y proponer su imagen del que llamaba "el hombre muevo".

El "poeta en obras" que fue el Che, le dice a León Felipe que entonces afloró algo "del poeta frustrado que llevo dentro" y "lo elegí a usted para polemizar en la distancia". E inmediatamente precisa: "Es mi homenaje".

El poeta español le devolvió el homenaje con un poema que tituló "El gran relincho". Rechaza que lo comparen con Don Quijote y escoge, prefiere' el papel de Rocinante:

Ese es el último aliento de este hombre fiel a quien los años no hicieron sino adensarle la dignidad y el hondo vínculo con las mejores causas del mundo. Es una de las voces que mejor representa el espíritu del pueblo español que eligió la causa de la República.

Artículo escrito por Guillermo Rodríguez Rivera en la publicación “Rebelión” en junio de 2006)




En la propia década del cuarenta, cuando ya ha elegido el que sería su definitivo exilio en el México de Lázaro Cárdenas, el poeta escribe un poema en prosa que titula "¿Por qué habla tan alto el español?".

Después de rememorar tres grandes acontecimientos españoles (el descubrimiento americano por los hombres del otro lado del mundo, el grito de "justicia" de Don Quijote y la lucha española contra el fascismo, dice:

El que dijo Tierra y el que dijo Justicia es el mismo español que gritaba hace seis años nada más, desde la colina de Madrid a los pastores: iEh! ¡Que viene el lobo!

Nadie lo oyó.

Los viejos rabadanes del mundo que escriben la historia a su capricho, cerraron todos los postigos, se hicieron los sordos, se taparon los oídos con cemento y todavía ahora no hacen más que preguntar como los pedantes:

¿por qué habla tan alto el español?

Sin embargo, el español no habla alto... El español habla desde el nivel exacto del Hombre, y el que piense que habla demasiado alto es porque escucha desde el fondo de un pozo.

El poeta marchó a ese exilio que ya sería para el resto de una vida que iba a ser larga y que por entonces apenas rebasaba la cincuentena. Se fue, sabiendo que el nuevo amo de España había perdido lo mejor del espíritu de la nación. Con él habla en estos pocos versos inmortales, a los que dio el título de "Reparto".





"No andes errante...
y busca tu camino.
-Dejadme- ,
Ya vendrá un viento fuerte
que me lleve a mi sitio." (verso VI, de Versos y Oraciones del caminante-1920)

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