De
un tiempo a esta parte y en alarmante proceso de aceleración, la verdad como
concepto pierde puntos como si fuera un desechable valor bursátil. El gobierno
del PP ha degradado a bono basura lo cierto. Se dice y se desdice, miente y desmiente con un desparpajo que
parece fruto de largos entrenamientos en la educación del pecado y la
absolución secreta e impune en el confesionario. Con toques esenciales de
maquiavelismo con aquello de “el fin (mi fin) justifica los medios”. Y la
protesta social no pasa mucho más de tomarlo a chanza.
No
todos. Escuchaba este viernes, mientras conducía, hablar sobre ello a Juan José
Millás en la SER, advirtiendo que –como yo y muchos otros- aún conserva la
capacidad de quedarse perplejo. Su profundo hartazgo lo refleja hoy en su
artículo semanal en El País: “Vale que diga y se desdiga todo el rato, vale que
hayamos aceptado con una naturalidad increíble que se cague cada martes en lo
que proclama solemnemente cada lunes. Pero como no nos hemos vuelto locos del
todo, aunque estamos en ello, le pediríamos que sus embustes volvieran a gozar,
si no de las típicas excusas morales o psicológicas de todo a cien, de alguna
coartada de orden práctico”, concluye, perdiendo ya, como tantos otros, los
papeles de lo políticamente correcto.
Lo
peor es que entre los contertulios se habló de la mentira como “valor de
supervivencia” o de que solo con la verdad “el mundo sería muy aburrido”. Es
tediosa la verdad. “No existiría la literatura sin mentira”, le dice a Millás
alguien en la radio. ¿También confundimos ficción creativa con mentira? El
enfermo, la sociedad, las voces que dictan opinión, padece una dolencia grave.
Llegada
a mi destino, un grupo de periodistas a quienes no conozco debatimos en una
reunión que nada tiene que ver con el asunto, sobre algunos temas y de nuevo
surge la verdad. También la ven como un valor relativo los que hablan, muchos
callan. Cada uno tiene su verdad, afirman. Les parece lícita –salvo a una
persona- en el terreno político. Eso le ocurre a gran parte de la sociedad
también.
Con
cierta agresividad –y lo lamento- le pregunto a uno si el hecho de que mida,
por ejemplo, 160 cms. de estatura es una verdad sujeta a la relatividad y a las
interpretaciones. Dice que no, pero que, como no le gusta ser bajo de estatura,
rechaza mi verdad. La creencia sustituye a la razón y se vive en un mundo
irreal.
La
aceptación de la mentira, la relativización de la verdad, no es inocua en
absoluto, fuera de conceptos morales. Implica construir sobre terrenos
cenagosos. Es como si un arquitecto, un ingeniero, mintiera sobre las
características del suelo donde va a asentar un edificio o un puente. Si son
falsas, se derrumba. Y puede costar hasta vidas humanas. Seguramente la mentira
admitida sea una de las causas fundamentales de nuestra degradación.

¿Os
imagináis la vida, la canción, su mensaje, basados en la realidad? Eso ya es de
nota
Gracias Rosa Mª, yo podría decirte que tampoco he perdido mi capacidad de asombro, pero sí de comprensión de los hechos, de análisis...porque todavía no he podido asimilar ni ver la forma de combatir todo lo que expones. En mi impotencia, no puedo más que apoyar a la gente que no entra en esa clase de periodismo en el que todo vale, que es capaz de decir la verdad y devolvernos a muchos un rayito de esperanza...y sí, intento imaginarme la vida en la idea de que otro mundo es posible...
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