Ay dioses, con las pocas veces que cojo el metro y hoy tengo que hacerlo en la mayor hora punta de la historia, ¡qué calor!
La mezcla de olores, perfumes, sudores y demás
parafernalia metrera, me están perforando las entrañas, los fluidos parecen
penetrar en mi piel alterando mis constantes.
¡Cielos!. Los demás parecen igualmente congestionados,
¿por qué no me he quedado hoy en casa?
Pero…¿quién presiona mi espalda?...¡por favor!
Me giro como puedo y una chica menudita está sobre mí
y el color ceniciento de su cara me indica lo que está pasando
Sin piedad y antes de que nadie alcance a protestar,
reparto unos cuantos codazos alrededor y consigo sujetarla con fuerza. Las
quejas llegan airadas pero ya un par de personas se han percatado de la
situación.
¡Se ha desmayado!, ¡cuidado!. Instintivamente, el
apretado haz de personas se fue desplazando y milagrosamente apareció un hueco
suficiente para tender a la chica en el suelo.
Cruce de exclamaciones, que si parar el metro, que
nada de eso (¿qué hacemos en medio de un
túnel?). Pude comprobar que el pulso estaba poco acelerado pero respiraba sin
dificultad.
Después de unos eternos minutos, el metro entró en una
estación.
Como si se tratara de un ejército
bien adiestrado, los pasajeros cercanos a la puerta, salieron formando un
pasillo entre la gente que pretendía entrar.
Miré a un fornido africano que dudaba
entre salir o no, y entendió. La cogió en brazos mientras una abuelita ágil y
animosa salía disparada buscando al
personal de seguridad.
Yo me quedé allí inmóvil
Situación gris, lamentos mudos,
temores como latidos en las sienes, sueños descartados y realidades oníricas
La puerta se cerró, vi que en mi mano
se había quedado una pulsera de vivos colores.
Corazón aterido, sensación extraña,
luz fantasmagórica y ya…latidos acompasados…
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