Mi padre murió a los 87 años (en 2001). Durante el verano de su larga agonía -y en medio de una cierta nebulosa que empezaba a empañar su brillantísima cabeza- una tarde comenzó a hablarme de la guerra, de su participación involuntaria en el bando “nacional” en el que fue movilizado. De la batalla de ese Belchite que ha guardado sus ruinas como una memoria pétrea e indestructible de aquel horror.
La lucha y el miedo -en una persona especialmente valiente- estaban tan vivos como si todo estuviera sucediendo el día anterior. Presumía de no haber pegado un solo tiro, de seguir sus ideas –como yo intento hacer- y, si era preciso, buscando recovecos en las situaciones difíciles para no traicionarse. Pero estuvo en el frente, oyendo silbar las balas y viendo caer a sus compañeros. Y tantísimas décadas después, oliendo la muerte próxima, era esa angustia lo que quería contarme.
Mi madre –su novia entonces- seguía en Zaragoza. Una bomba mató a su mejor amiga. Y ella no estaba muy lejos. Mi sólida abuela, viuda desde los 30 años, analfabeta, trabajaba para sacar adelante a sus dos hijos de portera en una casa que también les daba alojo. Un día, los “nacionales” fueron a buscar a unos vecinos. Mi madre les gritó que no se los llevaran. Hizo hincapié en la madre, embarazada.
-“El mal hay que cortarlo de raíz”, le respondieron. Y así fue: nunca más regresaron.
Al día siguiente se la llevaron a ella, a mi madre, y la ingresaron en la cárcel.
Contaba mi padre muchos años después –no sé si añadiendo algún varonil detalle épico- que se escapó en un coche de su sección con su amigo Manolo. Ida y vuelta apresurada. Y que sus gestiones lograron sacar a mi madre de la cárcel, aunque “las cosas estaban muy feas” para ella.
Mi madre no se sacó de su mente la suciedad de la cárcel durante toda su vida. No muy larga: 68 años.
Hoy, gracias a Baltasar Garzón, algunas personas han podido contar sus historias en público, ante un tribunal por primera vez en tres cuartos de siglo. Mucho más graves desde luego. Pero desde el dolor que siento por el triunfo del ataque que se ha perpetrado contra el juez Garzón, he recordado aquellas vivencias de mis padres. Y me libera contarlo. Precisamente hoy.
Pensaba en mi ingenuidad que aquello era agua del pasado. Pero las chanzas y alegría de alguna responsable política, los brindis con champán, los respetos y acatamientos frotándose las manos, el amparo a la corrupción, la coacción a quienes buscan la Justicia, me sitúan ante una realidad que da mucho miedo y de la que son cómplices, incluso sin darse cuenta en ciertos casos, algunos de mis conciudadanos. ¿Heridas abiertas? Es que los herederos naturales de quienes iniciaron y mantuvieron aquella y otras atrocidades las raspan todos los días.
( Gracias Rosa)
PD. Garzón condenado por las escuchas de la corrupta Gurtel. Por unanimidad del Supremo. 11 años de inhabilitación
¡11 años de inhabilitación por unas escuchas!- Este gobierno está demostrando que duda cabe, que puede ser muy duro...con los que no le bailan el agua...lo peor de todo es que hay una parte de población amplia seguidora de Intereconomía y similares, que cree que realmente están haciendo una política restrictiva a tope simplemente por que se lo "encontraron todo muy mal". Yo creo que no hay bemoles para echarse a la calle con todas sus consecuencias y es mejor tener alguien a quien crucificar para desahogarse
Ayer, cinco minutos antes de cerrar el centro, me encontré con un especímen de ese tipo, ya que tras un mostrador público tienes que escuchar todo lo que te quieran decir...y lo dejo aquí, que bastante tengo con estar trabajando con un trancazo de campeonato, pensando si realmente me van a jubilar o no, y encima teniendo que oir que al menos con Fra...dioses, que país¡
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