
El local se parte en dos como la llegada de un atardecer bicolor.
Hay unas luces que marcan la importancia de algunos puntos. Otras, parecen ofrecernos claroscuros cómplices y pícaros.
La música sigue sonando y en mi mente entran las notas, pero no en sonido…sino como un pentagrama de imágenes encadenadas que salen disparadas de una irreal partitura, para romper mi apatía con una danza tribal que me trasporte a singulares lugares y acontecimientos.
Me siento diosa y madre a la vez. La luz parece desvanecerse y yo sigo buscando el lugar adecuado para conseguir la belleza, la realidad estática de este atardecer.
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